0 Para comprender el I Ching (R. Wilhelm)

Para comprender el I Ching (Las conferencias Wilhelm sobre El Libro de las Mutaciones)



(Extracto)
De este modo, el pozo, la vida, es una fuente duradera y una forma invariable de existencia. La vida es tan grande e inagotable como lo es el mundo. El pozo no aumenta ni disminuye; el pueblo extrae de él de día y de noche, y éste los nutre. Es como el agua, que asciende a los cielos y vuelve a descender como lluvia. Esta rotación entre tensión y liberación, de ascenso y descenso, mantiene la vida externa en nuestro planeta.

Sucede lo mismo con el alma. En ella también hay una fuente inagotable de vida, y en ella también hay fuerzas creadoras de tension. Aquello que ha sido adaptado a partir de la fuente general es comunicado a través de canales de existencia individual, con lo que se produce la vida humana conciente. Debido a la tensión inherente, la vida surge hacia arriba y desciende una vez más ella misma fecundante. La inagotable circulación de la vida es como la circulación del agua sobre la tierra.

Conocemos la energía que hace que el agua circule: es el sol y su energía ilimitada y divina. Quizá debamos asumir la existencia de una energía similar en el ámbito espiritual, una suerte de sol central. Goethe lo llamó “Dios-naturaleza,”porque la necesidad interna mantiene la circulación de la vida en constante movimiento bajo la forma de tensión y liberación. Toda liberación produce una tensión similar a la que la causó. Y aun así el ser humano se inclina a estipular un inicio y un final. Esta inclinación tiene su origen en el hecho de que su propia vida emerge y desaparece como fenómeno temporal y en el tiempo, por lo que lo proyecta sobre el mundo cada vez que le sale al paso algo importante para su existencia individual. De allí que quiera revertir la ley de la causalidad, vaciarla, por así decirlo, hasta alcanzar la primera causa; o que quiera proyectar hacia delante la causalidad hasta alcanzar el final de todo. Creo que estas preguntas acerca del comienzo y del fin del mundo son ociosas. Dichas preguntas transfieren la causalidad, aplicable únicamente al mundo fenoménico, a un mundo donde, lejos de haber fenómenos, estos fenómenos se originan y finalizan. Éstas son búsquedas ociosas. Uno puede producir fantasías, inclusive fantasías científicas, pero no certezas. Con respecto a este tópico no hemos progresado más allá de la noción del filósofo Lieh Tzu, de quien se cuenta una interesante historia: un hombre estaba preocupado de que el Cielo y la Tierra perecieran. Tan preocupado estaba, que no comía ni dormía, hasta que un día un erudito pasó por allí y le explicó que el Cielo no era más que acumulación de aire, y que la Tierra era tan sólo la acumulación de lo Firme, y que, por lo tanto, ni el Cielo ni la Tierra perecerían. Ambos estaban muy contentos el uno con el otro, hasta que un tercero pasó por allí y dijo: “¿No saben que el Cielo y la Tierra sólo son cosas materiales? Cielo y Tierra consisten de muchos fenómenos individuales que no son dependientes, y que por necesidad algún día perecerán.”

Entonces Lieh tzu dijo: “Ya sea que el mundo colapse algún día o que dure eternamente, es algo que no podemos saber. Y el sabio no se preocupa de ello.” Creo que incluso en la actualidad no nos encontramos más allá de este punto de vista. Podemos quedarnos tranquilos sabiendo que no hay exceso ni deficiencia en la corriente de la vida. El pozo no disminuye, no importa cuánto extraiga uno de él; pero tampoco se incrementará si uno busca conservar sus energías en lugar de usarlas. La vida es una fuente inagotable; no disminuye ni aumenta, y está a disposición de todos y cada uno.

Pero aquí nos encontramos en un punto donde la vida deja de ser únicamente esta rica actividad de la fuerza de la existencia. Ahora comienza la responsabilidad individual. Es un hecho que la vida no es igual de poderosa en todos sitios, y que la materia inanimada no es en todos lados igual de transparente para las fuerzas de la vida. Sabemos de cosas inertes, pesadas y voluminosas, y también sabemos de condiciones en las cuales la fuerza de la gravedad se descarta por completo, y también vemos al genio trabajando. Y nos vemos forzados a considerar qué es lo que causa esta vasta diferencia. ¿No se encuentra acaso toda la materia sujeta a las mismas leyes uniformes, y no se encuentra acaso la vida inagotablemente a nuestra disposición?
La respuesta es: “El pueblo viene y va y recoge [extrae] del pozo. Cuando casi se ha alcanzado el agua del pozo pero todavía no se llegó abajo con la cuerda [pero la cuerda no alcanza para llegar al fondo] o se rompe el cántaro, eso trae desventura.”

Ésta es la responsabilidad. Por consiguiente, depende por completo del individuo decidir cuánto es capaz y cuánto desea apropiarse de las ilimitadas energías de la naturaleza. Quiero decir que la voluntad es fundamental, porque cualquiera puede hacer lo que desee; por supuesto, no en el sentido de terminar esta noche lo que quiera completar esta noche. Pero lo que sea que un individuo desee hacer desde el fondo de su alma, esto lo conseguirá. Por esto quiero decir que nuestra entera vida, experimentada hoy como evento, es el resultado de actos previos de voluntad. Ciertamente, el producto no siempre coincide con el resultado buscado. De hecho, los resultados de muchos de nuestros deseos difieren de sus procuradas consecuencias. Pero los resultados finales siempre se alejan de los desarrollos ocurridos según las leyes establecidas, incluso habiéndolas seguido. Todos poseemos la cuerda que alcanza las profundidades de la vida. Todos poseemos el cántaro con el cual recoger agua. Es así como estamos constituidos por una unidad cuerpo-alma, y es así como somos parte de la naturaleza y mantenemos contacto con ella.

Nuestro contacto es con la materia y con las fuerzas de la existencia exterior, así como con la plenitud vital del alma. Por lo tanto, es importante ir y venir y extraer. Por lo tanto, es importante repetir el acto creativo en cada nueva ocasión. El acto creativo que penetra y da forma a la materia inanimada produce tensiones y resultados en obras y formas. Lo llamamos diligencia, la característica de todo genio. No hay mayor talento que distinga al hombre de genio. Muchos de nuestros más grandes genios destacaron no por su talento ni por una actividad realizada sin esfuerzo. El mero talento sin diligencia, tarde o temprano se vuelve trillado. La característica del hombre de genio es que actúa según su naturaleza.

Por lo tanto, debemos atender los dos aspectos concernientes a cómo extraer las energías de la vida que están a nuestra disposición. Es importante para ello que la cuerda no se quede corta, de lo contrario no alcanzaremos el nivel del agua, y que el cántaro no se rompa, así sea utilizado una y otra vez para extraer con él agua del pozo. Éste es el secreto. Porque si el cántaro se rompiera, la sentencia se cumpliría, y no es lo que queremos.
¿Qué quiere decir exactamente que la cuerda alcance para llegar al nivel del agua? Las fuerzas fundamentales de la vida son libres y universales, y están a disposición de todos los hombres. Mientras más grande e importante sea una de ellas, más universalmente accesible será. Embellecimientos y adornos de la vida, tesoros y conveniencias, disponibles o no, son costosos y asequibles sólo a una minoría. Las cosas menos necesarias son las más costosas.

Pero el pan diario que necesitamos para mantenernos vivos es barato. El agua es aún más necesaria que el pan, y es más barata que éste. El aire, sin embargo, sin el cual no podríamos vivir ni siquiera un minuto, no tiene precio; cualquier hombre dispone de él cuando quiera. El aire está disponible para todos. Y si alguna vez un aire rarificado sofocara al hombre, no será porque no haya aire, sino porque éste no podrá, o no querrá, buscar un lugar donde el aire sea accesible a todos. En un grado aún mayor esto se aplica a la vida. El aire es una sustancia. Puede llegar un tiempo en el que estemos en un lugar con aire rarificado, o sin aire en absoluto, que no seamos capaces de abandonar. Pero la vida lo penetra todo, no hay lugar sin vida. Al recordar esta fuerza, surge la vida. De este modo el ser humano es uno con la vida, tiene vida y es eficaz en la vida cada vez que así lo desea.

En este punto debemos diferenciar claramente entre la vida del alma y la vida del espíritu. La vida material está vinculada a las condiciones materiales. Las condiciones materiales son finitas y limitadas. No podemos disponer de ellas en el momento en que las deseamos. Pero la vida espiritual, y esto es lo esencial –los valores espirituales que son significativos para la vida-, nadie puede quitárnosla. Un ejército puede perder a su general, pero incluso la persona más insignificante no puede perder su voluntad. El fuego, el agua y otros objetos pueden o no obtenerse. Tales cosas pueden llegar a ser inclusive peligrosas. Pero la vida “humanizada”, en donde radica el valor del hombre, está siempre presente. En el momento en que quiero “humanización”, la vida en su máxima expresión se pone de manifiesto. El individuo que se “hace humano” posee vida; vida esencial, espiritual, con valor. Y es posible obtener una vida así.

Por lo tanto, es importante, por supuesto, poner manos a la obra. Pese a que la vida está presente en todos lados, es siempre y sólo accesible, por así decirlo, cuando es experimentada como transparente. Debemos tener cosas a través de las cuales la luz brille, aunque sea esto precisamente lo que lleve a las personas a tomar las cosas superficiales como si fueran los valores fundamentales de la vida. Estas superficialidades sólo son, sin embargo, vida cristalizada; y la vida cristalizada es la vida en proceso de marchitamiento. Una vida solidificada y aletargada no puede durar mucho. Si la vida cristalizada nos satisface –es decir, si estamos contentos con cualquier tipo de estructura social, con costumbres o hábitos petrificados-, nuestra cuerda no alcanzará el fondo del pozo. No todos pueden agenciarse su propia agua. Hay personas que requieren de un tercero para esta labor. Viven según las costumbres y en éstas encuentran soporte. Esto es bueno y adecuado. Pertenecen a las multitudes y no debemos condenarlas por ello. Son otros, sin embargo, quienes están destinados a proporcionar vida; ellos, por así decirlo, son quienes extraen agua del pozo. Es a este grupo al que debemos pertenecer. Por lo tanto, nuestra responsabilidad es que la cuerda alcance el fondo del pozo. Debemos ser completa y absolutamente confiables. Debemos penetrar en lo que sólo es apariencia, y encontrar satisfacción con nada menos –pese a los peligros- que la auténtica fuente de vida.


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